REPRESIONES

Estaba sentado en una de las bancas del parque cuando la chica se acercó. Era alta, llevaba un vestido color verde y un sombrero negro.

“Hola” saludó “Te estaba esperando”. El chico la observó con extrañeza, entre atónito y deslumbrado por el atractivo de la chica: Era hermosa, su rostro evocaba las más bellas fantasías. “¿Quién eres?” preguntó.

Ella sonrió, impaciente. “Soy Clara” respondió.

El chico se petrificó. Tenía delante su más preciada creación, su deseo último, su personaje tan vívidamente escrito, encarnado ahora en una figura humana capaz de ser percibida, palpable. Su mandíbula castañeó, sus palabras se ahogaron en la impresión e incredulidad. “¿Cómo?” fue todo lo que pudo preguntar.

“Siempre he estado aquí” respondió la chica “Pero me he vuelto visible solo ahora que me has aceptado” Se sentó junto a él “¿Me temes?” inquirió.

“Yo te creé”

“Por eso ¿Me temes? En ocasiones creo que Dios teme a los humanos, y él los creó”

“Todo lo que dices es un producto de mis ideas inconscientes”

“Entonces somos la inconsciencia de Dios”

“Somos su expresión”

“Es un debate sin final”

Un silencio largo. Volvió a preguntar: “¿Me temes?”

“Sé de lo que eres capaz” respondió él. Sus manos temblaban, las frotaba mutuamente en un intento de aplacar el temor que emergía de su cuerpo.

“Entonces sabes lo que tienes que hacer” dijo ella. El chico asintió.

Con sus pálidas y sudorosas manos, envolvió el cuello de la chica, asegurándose de que la fuerza en sus dedos fuese suficiente. Terminó pronto. Se deshizo de esa parte de su interior que se había exteriorizado, le puso fin a aquella manifestación indeseada de su propio existir.

Desconocía que su propia existencia se vería ofuscada por las limitaciones de la historia, reprimida por el punto final con el que concluiría esta oración.

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